Profundizando en la civilización micosia: parte I
Desde su nacimiento como civilización, los micosios siempre han estado sometidos a grandes peligros. Cuando una especie se enfrenta a una presión selectiva semejante, surgen miembros con grandes cualidades de adaptación o toda la especie perece rápidamente. Por eso aquellos primeros híbridos de animales y hongos crecieron a gran velocidad en sus primeros siglos de vida, bajo la amenaza del Ser Antiguo y más tarde de los autómatas. Los micosios son unos supervivientes natos, y la naturaleza está de su parte, no solo en un sentido espiritual sino científico. Su ideología y su modo de vida favorece el equilibrio de sus ecosistemas, por lo que el beneficio de uno redunda en el otro. Ellos reman en la misma dirección que la vida que los sustenta, algo poco común y la verdadera clave detrás de su poder y su resiliencia como pueblo, pues su hogar les protege tanto como ellos a él.
Los habitantes de los Reinos Fúngicos no constituyen una sola especie, y el concepto “micosio” no es el mismo para ellos que para un extranjero, que solo englobaría bajo este término al ser fúngico inteligente, con capacidad de hablar y que vive en ciudades o pueblos. Sin embargo, la idea de ese micosio inteligente sobre sí mismo incluye también a las criaturas salvajes. Aunque gocen de un intelecto superior, los micosios organizados son una sociedad humilde por naturaleza, y no tienen un sentimiento de superioridad sobre los animales que conviven con ellos, ya sean o no de naturaleza fúngica. Si quieren distinguirse de los fúngicos salvajes, apelan a su estructura de gobierno y se refieren a sí mismos como ciudadanos del Funguirato, pero su idea de unión llega hasta tal punto que no tienen una palabra para autodenominarse. Por ello, pese a haber sido creados por el Ser Antiguo, son los verdaderos antiEul.
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